La verdad sobre la infertilidad en el siglo XXI: lo que nadie te ha contado… y lo que tu cuerpo intenta decirte.
Hablar de infertilidad en el siglo XXI es hablar de una realidad mucho más común de lo que imaginamos, pero también mucho más incomprendida. Cada vez más mujeres, hombres y parejas se enfrentan a dificultades para concebir y, sin embargo, muy pocas personas reciben la información que realmente necesitan. La Organización Mundial de la Salud señala que una de cada seis personas en edad reproductiva tendrá algún tipo de dificultad a la hora de lograr un embarazo. En España, uno de cada diez bebés nace ya gracias a la reproducción asistida y un porcentaje creciente de madres primerizas supera los 40 años. No son simples datos: son historias de vida, expectativas, miedos, decisiones y procesos vitales que nadie nos ha enseñado a comprender.
Aunque pueda parecer que la infertilidad está “aumentando”, lo que realmente está ocurriendo es que llegamos tarde y mal informados. Muchas parejas inician la búsqueda del embarazo cuando ya han invertido años en formarse, estabilizarse laboralmente o sobrevivir en contextos precarios que desgastan profundamente su salud. Cuando por fin sienten que es el momento adecuado para ser madre o padre, la biología lleva tiempo adaptándose a un entorno que no siempre favorece la reproducción.
Esto explica algo fundamental que deberíamos grabarnos a fuego: la fertilidad no falla, responde. Nuestro cuerpo no se rompe porque sí; responde a los mensajes del entorno, al estrés sostenido, a la falta de sueño, a los tóxicos ambientales, a la presión económica, a las emociones acumuladas, a los ritmos laborales imposibles o simplemente al paso del tiempo. Y para comprender esta respuesta no basta con hacer un par de analíticas: hace falta entender la epigenética, esa gran olvidada de la salud reproductiva. La epigenética no cambia tu ADN, pero sí modifica la forma en la que ese ADN se expresa. Es como si tu vida, tus hábitos y tu entorno hablaran con tus genes y decidieran qué capítulos del libro de tu biología se abren y cuáles permanecen cerrados. Así, factores como el estrés crónico, la inflamación, los tóxicos, la alimentación o el propio contexto emocional influyen en la ovulación, la fase lútea, la calidad del esperma y en la capacidad del cuerpo para sostener un embarazo.
Esta adaptación epigenética no es un castigo, aunque a muchas personas les haga sentir así. Es una forma de protección. Cuando tu cuerpo interpreta que no hay suficiente calma, recursos o seguridad, puede ajustar el funcionamiento reproductivo para priorizar la supervivencia. Por eso tantas veces escucho en consulta historias que, más que médicas, son humanas: mujeres que llevan años viviendo con dolor menstrual normalizado, hombres que nunca se han planteado evaluar su calidad seminal, parejas agotadas después de varios intentos fallidos sin que nadie les haya explicado realmente qué está ocurriendo.
Estas historias se repiten con demasiada frecuencia. Una paciente llega con sus informes impecables, pero con una vida llena de turnos, dolor digestivo, sueño irregular y estrés acumulado. Su diagnóstico había sido “todo está bien”, cuando en realidad nadie había mirado lo que pasaba entre ciclo y ciclo. En otro caso, una pareja llevaba un año centrando todo el peso en ella, hasta que por fin se estudió a fondo el factor masculino y apareció una fragmentación del ADN espermático muy elevada. O la historia de quienes llegan después de varias FIV fallidas, no por falta de embriones, sino por un desgaste emocional tan intenso que el propio cuerpo llevaba demasiado tiempo en modo alerta.
Todas estas vivencias muestran la misma realidad: la infertilidad nunca es simple. No depende únicamente de un útero, unos óvulos, unas trompas o un seminograma. Depende del estilo de vida, del trabajo, de la salud emocional, de la microbiota, de la inflamación, de la exposición a tóxicos, de los ritmos circadianos y, sobre todo, de cómo el cuerpo interpreta ese conjunto de señales.
Por eso también es tan importante abrir conversaciones sobre temas que aún generan miedo, como la ovodonación. Lejos de ser un fracaso, es una herramienta que ha permitido a miles de mujeres convertirse en madres, y en la que la ciencia ha demostrado que el útero sigue teniendo un papel epigenético en el desarrollo del bebé. Hablarlo con naturalidad ayuda a que muchas parejas encuentren paz en sus procesos.
Todo esto nos lleva a entender que la infertilidad del siglo XXI no es un problema aislado, sino la consecuencia de un entorno que no está diseñado para cuidar la fertilidad. Nuestro cuerpo intenta adaptarse, y cuando no puede, nos envía señales que a veces no sabemos interpretar. Por eso, si estás en este camino, quiero decirte algo que quizás nadie te ha dicho todavía: no estás rota, no estás roto, no estás haciendo nada mal. Tu cuerpo reacciona a lo que has vivido, a lo que vives hoy y a lo que tu entorno le exige. Y sí: hay mucho que se puede hacer para acompañarlo.
Este es solo el inicio. Comprender la realidad actual es el primer paso para tomar decisiones informadas, recuperar el control y avanzar con claridad. La fertilidad no es un misterio; simplemente necesita una mirada más amplia, más humana y más completa.
